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Libertad y pluralismo


Libertad y pluralismo
ARTÍCULO DE ALEJANDRO LLANO, CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA,
 EN GACETA DELOS NEGOCIOS, JUEVES 12 DE COTUBRE DE 2006

Se cuenta del viejo Henry Ford que decía a cada uno de sus clientes: “Puede usted elegir para su coche el color que quie¬ra, siempre que sea negro”. La ironía de la frase estriba en que no hay liber¬tad real sin posibilidad de elección en¬tre varias opciones. Lo cual parece ob¬vio, pero no siempre se encuentra re¬flejado en la práctica. Por ejemplo, pre¬tenden algunos en nuestro país que haya libertad de educación siempre que sea en el ámbito de la escuela pú¬blica o, en el mejor de los casos, con el complemento de una enseñanza con¬certada férreamente reglamentada por la burocracia oficial. Es lo típico de la izquierda radical: proclamar sus ímpetus liberadores al tiempo que se dirige con mano firme el proceso supuesta¬mente liberador. Las ideologías totali¬tarias—y esto también vale para la ex¬trema derecha—mantienen a ultranza que la libertad tiene que fluir de una ordenación necesaria

Pero lo cierto es que la libertad no puede surgir de la necesidad. No hay más libertades que las que proceden de personas reales y concre¬tas, agrupadas volunta¬riamente en institucio¬nes, asociaciones o parti¬dos, Como decía Edmund Burke, cuando los ciuda¬danos actúan solidaria¬mente, su libertad es po¬der. Lo propio de la demo¬cracia es que el poder sur¬ge de la libertad. Lo carac¬terístico da la mentalidad totalitaria es que se pre¬tende que sea el poder el que imponga un modo de¬terminado de entender la libertad, lo cual es un con¬trasentido.

La esencia de la democracia no consiste en que se implante una de¬terminada corrección política. Lo que hace democrática a - una configura¬ción política es el pluralismo social y la presencia de alternativas. Dedicarse desde el poder político a descalifi¬car opciones que no atentan contra los derechos humanos ni son anticonstitucionales es algo escasamente compatible con un régimen de liber¬tades públicas. La madurez política exige que se respete a la minoría, so¬bre todo cuando prácticamente igua¬la en volumen a la mayoría.

Lo más inquietante de nuestra ac¬tual situación política es que los pre¬suntos representantes de media Espa¬ña están tratando de imponerse a- la otra media. Y su afán totalizante se di¬rige, además, a cuestiones medulares. Se trata de una especie de furor anti¬moralista que desprecia las más pro¬fundas convicciones áticas de un im¬portante sector de la población, al que ni se consulta ni se atiende.

Un ejemplo reciente lo constituyen las propuestas sobre la aprobación de la eutanasia por parte del consejo bioé¬tico de Cataluña. Respeto a su presi¬denta, Victoria Camps, tanto personal como intelectualmente, Pero no me pa¬rece realista su invitación a que se abra un amplio debate social sobre un tema tan decisivo como la posibilidad de acortar la vida y de legalizar la asis¬tencia al suicidio de personas sanas o enfermas. No hay más que fijarse en la composición de tal consejo para adver¬tir que no están representadas las pos¬turas favorables al respeto más cuida¬doso de la vida humana.

No me imagi¬no, por ejemplo, que quienes lo inte¬gran vayan a impulsar una investiga¬ción sobre los resultados de la legaliza¬ción de la eutanasia en Holanda.

He vi¬vido largas temporadas en ciudades alemanas fronterizas con los Países Bajos. Y he visto el temor reflejado en la mirada de personas maduras —ni si¬quiera ancianas o ancianos— que han fijado su residencia en Alemania para evitar ser víctimas de ese extraño afán que conduce a liquidar vidas con años de existencia por delante, sin contar con la autorización ni el permiso de los sujetos pasivos de la eutanasia. Dudo mucho, lo lamento, de que las voces contrarias a este abuso de la dignidad humana vayan a encontrar eco en las instituciones políticas o en los medios de opinión pública

Cuando las presiones se exacer¬ban, la objeción de conciencia repre¬senta la última posibilidad de defen¬der el pluralismo y salvar la libertad moral. Pero los ideólogos no quieren oír para nada de la apelación a la con¬ciencia. Lo más brillante que se les ocurre es supo¬ner que los obispos están detrás de este último es¬calón de la resistencia ci¬vil, Nos encontramos otra vez ante el viejo tru¬co de atribuir a la vícti¬ma la culpabilidad de los males que se le están causando. Ni en España ni en ningún otro lugar del planeta es la Iglesia la que tratada someter a otros. Eso se está haciendo, pero no lo están haciendo precisamente los ca¬tólicos. Cualquier persona mínima-mente informada lo sabe. ¿Por qué tanta insistencia en intentar difundir una falsedad pura y simple?

Por estos pagos se tiene una larga experiencia de que la libertad no pro¬cede del poder establecido ni es compa¬tible con el control político. No hay que esperar que la libertad descienda sobre los ciudadanos por graciosa concesión de los poderosos. Porque no existe más libertad que la que uno se toma. Y ésta, la libertad real, inseparable del plura¬lismo, hay que tomársela de una vez por todas.
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