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LIDERAZGO, CUESTIÓN DE CARACTER

Santiago Álvarez de Mon, Profesor del IESE y autor de “Desde la adversidad. Liderazgo, cuestión de carácter”
En un marco que combina a la perfección tradición y modernidad, como es el Pazo de Mariñán (A Coruña), Santiago Álvarez de Mon abrió la III Edición de la Universidad de Verano Creación y Talento Innovador, que organiza Cooperación Internacional en colaboración con la Universidad Complutense de Madrid y la Diputación de A Coruña.
Profesor de Dirección de Personas en las Organizaciones en el IESE, escritor y comunicador por excelencia, sabe transmitir una pulsión eléctrica a sus ideas, también ante un auditorio arrolladoramente joven como el del Pazo de Mariñán. Las constantes vitales de su producción literaria –principalmente dirigida a grandes directivos de empresas– son el liderazgo, el optimismo como valor moral y la formación constante del carácter. A través de estas ideas desarrolla una antropología integral del trabajo que inserta esta realidad en la vida entera de la persona. Estas ideas son las que expone en su último libro Desde la adversidad. Liderazgo, cuestión de carácter.

— ¿Existe el héroe? ¿Se puede improvisar frente a la catástrofe o es una cualidad que se cuece “a fuego lento”, a través de los años y de la educación?

— No creo en los héroes, confío más en la persona que ofrece prestaciones excepcionales en situaciones cotidianas. Creo en la rutina, no en el efectismo. No me gusta el ruido del “hombre público” que descuida su vida privada. ¿Quién puede decir cómo soy verdaderamente sino mi mujer y mis hijos? Ese es realmente el hombre real, así sucedía con Abraham Lincoln, no era un hombre agraciado en absoluto, pero se fue haciendo a sí mismo poco a poco, de año en año. Lo mismo sucede con cada uno de nosotros. Somos talentos medios que, a través del trabajo, del esfuerzo conseguimos la grandeza de gestionar los propios talentos personales.

— Sus clases de Dirección de Personas en las Organizaciones encierran un gran contenido de antropología, de psicología; rezuman sociología. ¿A qué se debe?

— Para saber dirigir hay que conocer qué relación se debe establecer con cada persona y cómo lograr que ésta se encuentre, dentro de la empresa, en el lugar que le permita desarrollar al máximo sus capacidades. Sólo a través de la antropología se puede trascender la simple organización para buscar el bien de cada uno y de la empresa en su conjunto. De esta manera, conociendo la historia de la empresa, de los directivos, de los empleados, se acertará en las decisiones de futuro.

Además, con frecuencia en mi labor de consultor he tenido que ejercer de sociólogo. Así puedo recomendar la toma de decisiones o la gestión de crisis. En las empresas, la interrelación de personas es constante, por eso es tan importante identificar los tipos de personas, sus capacidades, para descubrir al conciliador, al optimista, al luchador, al negativo...

Por encima de la adversidad

— ¿Puede ser creativa la rutina?

— En mis cursos del programa Master, hablo precisamente de “gestión de la meseta”, ese conjunto de cosas que suceden en lo cotidiano y que es tan importante para la vida de la empresa. Si se explora en la vida de las personas excepcionales, se descubre una infancia que permite desarrollar posteriormente ideas creativas en situaciones de crisis y de adversidad.

Es el caso de Lance Armstrong y su lucha por superar el cáncer. La fuerza interior de una persona acostumbrada una vez y otra a superar las dificultades, a enfrentarse creativamente al sufrimiento. Ahora que ha superado esa etapa, no todo se detiene, sino que debe enfrentarse a otros retos como puede ser el de asimilar su sexto Tour de Francia sin que el “personaje” haga desaparecer a la persona. Es importante no olvidar quién soy en cada momento, y esto es difícil cuando se ha alcanzado un cierto nivel de popularidad. Lo mismo sucede con Josep Carreras, Christopher Reeves o Andrea Bocelli. Todos ellos han pasado por una situación de fuerte adversidad y han sabido salir del paso creativamente.

Para todo esto se necesita disciplina, paciencia, responsabilidad, sobriedad; de otra manera, la miseria puede llegar a abrumar.

— Cuando habla del líder, ¿se refiere solamente a la capacidad de liderar de los altos directivos o este concepto se puede aplicar a mandos medios?

— Yo no hablo de líderes sino de liderazgo y de ninguna manera someto este término a la dictadura de un puesto laboral. Me refiero a la madre de familia, al científico en su laboratorio, al abogado que pretende lograr una administración de la justicia más ágil o, incluso, a la labor de un ciudadano que ejerce ese derecho y ese deber de actuar en la sociedad.

El valor moral del optimismo

— Usted habla con frecuencia del valor moral del optimismo. ¿A qué se refiere exactamente?

— Es necesario no dejarse llevar por la impaciencia y relativizar para conseguir la ventaja competitiva. Por otra parte, también es preciso manejar la propia vida, y la carrera profesional con humildad, y no viajar por ella mirando siempre por el espejo retrovisor, es decir, tratando de corregir la propia vida. Antes que nada, es preciso aceptarse, reconciliarse con el propio pasado y no estar de vuelta. Hay quien es viejo ya a los 25 años, porque piensa que ya lo ha vivido todo. Otros preferimos estar abiertos a la novedad de cada día, aceptándola como viene. Esto no es un conformismo fácil; un realismo ingenuo del que cree que a fuerza de pensar “no va a pasar nada malo” logrará que no suceda, sino que es querer la vida tal y como es.

— ¿Hay un estrés bueno, que genera la tensión necesaria para acometer empresas, y uno malo, que anula la creatividad?

— Efectivamente, es así. Está el estrés que me genero a mí mismo, cuando no quiero lo que me está sucediendo. No lo acepto y no consigo verlo como un reto. Es preciso aprender a gestionar la capacidad de respuesta. Esto es lo que es capaz de hacer un buen maestro con sus alumnos, cuando les reta y logra que hagan una buena tarea. Hay que salir de los límites del propio sector, proyectarse y distinguir el estrés que no aporta nada, solo ruido.

También es bueno dejar que hable el propio cuerpo, que distingue bien cuándo una tarea me disgusta y me genera malestar y cuándo simplemente me cansa. La biología tiene maneras de mostrar que la razón se está equivocando, y lo hace a través de un lenguaje que no engaña. Un dolor persistente, una lumbalgia, un dolor de cabeza que no para... son síntomas de que algo falla.

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